¿El cementerio mas pequeño del mundo?

Se llamaba Teresa de Belana y fue condenada a la soledad eterna simplemente por tener la osadía de cometer el pecado de amar.

Teresa, seguramente no se diferenciaba de cualquier otra niña de las que vivían en su localidad, un pequeño pueblo leridano llamado Bausen, en Val d’Aran. Ayudaba en casa, respetaba a sus padres y los domingos y fiestas de guardar acudía a misa. Pero, sin duda, los momentos más felices eran los que pasaba junto a su primo Francisco de Doceta, Sisco. Los juegos infantiles fueron del todo inocentes, pero, con el paso de los años, ambos se dieron cuenta de lo que significaban las mariposas que sentían revolotear en su estómago cada vez que estaban juntos y también la desazón que les invadía cuando tenían que separarse.
Conocidos por todos los vecinos los sentimientos que les unía, nadie en el pueblo se extrañó el día en el que anunciaron que tenían intención de casarse.
Ilusionados se acercaron a la iglesia para hablar con el párroco y concretar una fecha en la que poder celebrar tan feliz acontecimiento. Como cabía esperar, en un primer momento todo fueron buenas palabras por parte del sacerdote, quien les dio la preceptiva charla sobre el sagrado vínculo del matrimonio, charla que ellos escucharon con atención y alegría, mientras imaginaban como sería su vida juntos.
Pero había una formalidad que solventar, y no era otra que la relacionada con su consanguinidad. Pero, pese a que el matrimonio entre primos era pecado y estaba prohibido, todo podía arreglarse mediante un permiso especial de Roma y el preceptivo abono de veinticinco pesetas, cantidad del todo desmedida para aquellas familias que, a duras penas, conseguían sobrevivir en su día a día.
Aquel escollo no podía interponerse en su amor, por lo que tomaron la decisión de vivir juntos, aunque no tuvieran ningún documento que lo acreditara. Su hogar se convirtió en un lugar donde la felicidad era máxima, especialmente cuando las risas de Cándido y Valerosa, sus dos hijos, empezaron a resonar entre las paredes de piedra de la casa.
Todo esto ocurría bajo la atenta mirada del sacerdote, que veía en aquel amancebamiento una falta de respeto a su autoridad, y quien finalmente, cuando la neumonía se cebó en la pobre Teresa, vio la oportunidad de vengar la afrenta que habían cometido los jóvenes, al negarse a olvidar la idea de unir sus vidas santamente, o a pagar aquella dispensa canónica que les hubiera otorgado el permiso de la Iglesia.
El día 10 de mayo de 1916, cuando contaba con tan solo treinta y tres años, el corazón de Teresa dejó de latir. Junto a su cama, Sisco y sus dos hijos lloraron amargamente su muerte. Aunque también sabían que tenían que reponerse a su pérdida, y, para ello, lo primero que tenían que hacer era despedirla como merecía.
Teresa ya no estaba en este mundo, por lo que esta vez Sisco volvió solo a la iglesia, quería solicitar al cura la celebración del preceptivo funeral, los preparativos para enterrarla en el cementerio de la localidad y que ofreciera algunas misas por el alma de su amada. Pero nunca podía imaginar que a Teresa se le negaría ese derecho, por ser una pecadora que había tenido dos hijos sin estar casada. En ningún caso y bajo ninguna circunstancia, el sacerdote permitiría que se le enterrara en tierra sagrada.
La única posibilidad que le quedaba al desconsolado viudo era la de hacer un agujero en el bosque y darle sepultura allí. Pero sus vecinos, sabedores del amor que la pareja se había procesado, y como muestra de la solidaridad que siempre tienen las personas comunes ante las desgracias ajenas, decidieron pasar la noche construyendo, en un terreno comunal, ubicado muy cerca de la ermita de Sant Roc, una tapia que rodeara un improvisado cementerio de apenas diez metros cuadrados, pero lo suficientemente digno para que una de sus vecinas más queridas descansara por siempre.

Allí, junto a una acacia, poco después se colocó una lápida en la que, dada la premura con que se elaboró, se escribió con una errata la frase «Rercuerdo a mi amada Teresa que falleció el 10 de mayo de 1916 a la edad de 33 años», también se colocó una losa, cubriendo la tumba, con una dedicatoria de sus hijos.Después vino la guerra, y Sisco tuvo que huir a Francia junto a sus vástagos, pero llevó junto a él la llave de la cancela del lugar donde descansaba su amada Teresa. Esta llave pasó a sus hijos y estos se la entregaron a los suyos, quienes, a día de hoy, viajan siempre que pueden a Bausen para visitar el cementerio y dejar unas flores sobre la tumba.

Algunos dicen que este es el cementerio más pequeño del mundo. Si lo es o no, no tiene ninguna importancia, porque lo que sí es, es el cementerio que con más cariño se ha hecho y en el que pervive la memoria de una mujer y de un amor que, a pesar de estar prohibido, le permitió ser feliz junto a la persona a quien quiso siempre. Lo que es cierto es que no existe otro igual en España, por las circunstancias, por tener una única ocupante y por ser laico.

-marian tarazona-
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